Cálmese usted
o nada de lo que "podría salir mal"
Es un mundo curioso este que hemos creado, en el que, para algunas personas, es extraño vivir sin preocupaciones; o, al menos, en el que la calma se vuelve difícil de reconocer.
Pasados los años parecen quedar atrás los momentos de plena despreocupación de la infancia o la adolescencia -para algunas personas, no para todas-, y la cesión de las responsabilidades a otros. El mundo entonces era mentalmente más reducido, las opciones se reducían al marco de la propia experiencia y, como mucho, la de los más allegados. Solo más adelante, con el nacimiento de esa mente anticipatoria, analítica, con suficiente experiencia como para temer cosas nuevas, el mundo se ensancha, se diversifica, y ‘lo que podría salir mal’ crece junto con nuestra capacidad de comprensión. Por tanto, ser capaces de anticipar crea la ilusión de que somos responsables del resultado anticipado.
Tanto es así, que la anticipación en algún momento se volvió el estado natural para mucha gente, apoyada en la necesidad de predecir un mundo crecientemente grande y desconocido. Sin embargo, anticipar no es otra cosa que imaginar; sí con datos de la propia experiencia, pero también aderezados con invenciones creativas a partir de nuevos acontecimientos. Estar atentos al futuro se ha convertido en estar atentos a lo que puede ir mal; supuestamente con una intención ‘buena’ y ‘necesaria’, que es adaptarse, prepararse, adelantarse.
Sin embargo, este proceso genera también material de desecho, la ‘carbonilla’ que se va quedando en las esquinas de la mente y nos hace ver primero lo malo. Y quizá, para ser libres mentalmente, para ser flexibles -y realistas-, tengamos que asumir que no todo lo que anticipamos es de utilidad -a veces es pura bazofia, con perdón-.
En ningún sitio está escrito que lo más probable sea lo más catastrófico. De hecho,¿se imaginan los lectores, las lectoras, lo que sería despertarse por la mañana y llenar la mente de escenarios en los que todo sale estupendamente? Incluso, cuando conseguimos esto a veces nos asalta la sospecha que nos pide una doble revisión: «¿y si estoy siendo un ingenuo, una ingenua? ¿Y si esta calma que siento es el anticipo de la tempestad? ¿Y si, como decía el chiste, alguien nos quita lo ‘bailao’?»
Y, al mismo tiempo, sentir la tranquilidad de reconocernos en el lugar donde estamos bien, el que nos pertenece, nos da fuerza ante cualquier incidente; reconocernos en el lugar de lo conseguido, y de nuestras capacidades para crecer, es protector ante lo inesperado; confiar en que «lo lograremos» y que eso es lo normal en la mayoría de los casos, nos hace dejar de tener la puerta abierta a la angustia de la aparción de ‘un depredador’ hipotético, no ya en forma de animal feroz sino de destino aciago, que no acaba de llegar.
Y si llega, probablemente somos muchos alrededor para rodearlo y contenerlo, para que el peligro, el dolor o el daño que vivamos no se convierta en una catástrofe.
Reconocernos en la calma, pensar en que sí estamos tranquilos, quedarnos ahí probablemente nos dé la perspectiva de eso terrible que finalmente no sucedió, eso catastrófico que nunca llegó o ese drama que sólo sucedió en nuestra mente.
Quizá el estado de quietud sea el más habitual, a fin de cuentas.



